lunes, 27 de mayo de 2013

Me dejé caer

“¡¡¿Vienes rezando?!!”, me dice el Conde. Se ve más sonriente y confiado que yo, sin duda. Está sentado junto a la puerta de la avioneta, que asciende poco a poco por encima de Tequesquitengo. Venimos sentados en el suelo de esta cosa sin asientos, en formación de cebollitas, para caber los ochos pasajeros, cuatro con mochilas llenas a la espalda, cuatro con 10 toneladas de nervios de primerizo. Marthita viene junto al piloto, echa bolita, trajo a su hijo rockero pero, respetuosa de los lugares, no trató de subirse en la misma tanda que él. Viene en el primer vuelo, con el esposo de Mireille, el Conde y yo. Si ha de tronar, que truene, pensé cuando saqué el número ocho del sorteo pero alguien me lo cambió por el dos, a la mexicana.

“Nomás me falta el rosario”, le contesto, un poco asombrado de poder sonreir. No vengo orando, pero si meditando. Como todos, apenas creo haber llegado hasta aquí, atrás del asiento del piloto de una avioneta azul propulsada a turbina, sabiendo que no voy a bajar dentro de ningún aparato.
No son nervios nada más, hay mucho de culpa envuelta en remordimiento, más preocupación en una mezcladora, shaken not stirred. Rebota en mi mente todo aquello de emprender una locura: cuánta gente depende de mí, la ausencia de un seguro que cubra paracaidismo, las niñas, etc.  Es un hecho que cuando deje tener dependientes a lo mejor ya ni me lo permiten, pero este razonamiento impecable no queda tan claro a partir del momento que el avión acelera para ascender por los cielos.

“Mta… encima de alto vamos hechos la m…”

Estoy tratando de buscar mi centro otra vez, esa persona que dijo que sí, que decidió que ahora o nunca y guardó la calma los días que siguieron. Nunca soñé cosas, ni padecí desvelos por esto, ni siquiera la noche anterior. Claro, no es lo mismo imaginarlo que estarlo viviendo. Ese golpe era el que estaba tratando de procesar, con el instructor delante de mi, un hombrón rechoncho y pelo cortísimo entrecano que habló de pasar ya de los 12,300 saltos. El consuelo: no pudo haber fallado ninguno, qué no.

Supongo que asignan al instructor de acuerdo a la complexión del aspirante. No puedo evitar notar que soy el más pesado de los 27 de este grupo, con mis 84 kilitos (menos dos de ropa, me consuelo). La bendita juventud que me rodea anda por ahí, ligerita y llena de vida. Algunos todavía con esa convicción de que van a vivir para siempre. Me gusta este grupo, organizado con rigor científico por Mini, la imprescindible, la incansable, en este esfuerzo por transformarnos de Godínez a extremos, de extremos a personas, de personas a amigos. Algún lacito invisible quedará entre los que salimos del trajín diario de esta empresa adolorida; un optimismo que necesitamos.

La avioneta sigue ascendiendo, sin turbulencias ni nubarrones. Es un día soleado y muy caluroso allá abajo, en el lago, en las casas, las albercas, los hotelitos pequeños y carísimos. Más allá se extiende el café regado de verde, el campo guerrerense. Todo se vuelve azul en la lejanía del horizonte. El tiempo de reflexión termina cuando nos dan la señal de proceder como nos explicaron apresuradamente en tierra. Fueron cinco minutos de explicación, cuando mucho, luego de llegar, como suizos, a las 9:30 de la mañana, en punto, firmar una cartita en donde por supuesto asumimos toda la responsabilidad, sortearnos el orden y la grabación de un solo salto (muero por ver a Nano en el mero momento).

Te ponen un arnés que asegura tus piernas y pecho, bien apretadito, ajustadito; de éste va a quedar colgando tu vida, así que no protestas por tener que caminar como astronauta (o como Pinocho sin hilos), bien derechito. Tu instructor asignado te describe dos cosas: las posiciones que debes asumir en caída libre (básicamente agarrado del arnés o con las manos extendidas, las piernas siempre dobladas en ángulo recto), así como la forma de amarrarte a él y saltar del avión.
Y ya.

Deben existir miles de preguntas adicionales; nadie, ni los más nerviosos, las hacen. En este grupo, al parecer, no hay obsesionados con el detalle, nadie ventila su angustia jorobando a los instructores. Nadie quiere ser un pain in the ass; la cosa es tirarse de una vez.

- ¿Bueno?
- Qué onda, oye estoy en Tequesquitengo, me voy a aventar en paracaídas, ahí nomás para que sepas.
Si todo sale bien te hablo al rato.
- (somnoliento) Ok.
Las neuronas de mi hermano comienzan a hacer sinapsis cuando cuelgo. Me habla cinco minutos después, antes de dejar el celular en tierra y meterme a la avioneta.
– ¡De pelos! ¡Ahí me cuentas!
- Ok.

Escogí no decirle a nadie. Especialmente no a mis hijas, no a Karla. Ahora creo que gran parte del motivo es la culpa que emana de mi mismo. No quise involucrarlas, imaginarse escenas terribles, quitarles un minuto de sueño. Creo que al final, el que se estaba reprochando todo esto era yo mismo, y con eso era suficiente.

Abren la puerta del avión.

Aire a toda velocidad se cuela en la cabina, nos ensordece. Por primera vez, estás a cientos de metros por encima del mundo que caminas, sin nada que se interponga entre tu cuerpo y la Tierra que te llama, un tanto molesta y apresurada. Qué haces allá arriba, te pregunta, como una madre atribulada: te regresas, pero ya.

Ya casi. Estás hincado viendo hacia la puerta, hacia el cielo y el horizonte. Terminas de amarrarte al instructor, detrás de ti. Jalas las cintas con todas tus fuerzas; te vuelves a construir un cordón umblical, que te mantendrá vivo y dependiente de otro por los próximos minutos. El instructor dice que estás listo: confías ciegamente porque no hay tiempo para nada.

El bueno del Conde sale de repente por la puerta, con su instructor. Toma una velocidad difícil de explicar, lejos y hacia atrás del avión, como en película, pero más irreal porque es real. Se hace pequeñito en segundos. Sigo yo.

Me acerco a esa boca abierta, todavía agarrado del avión. Ayuda no creer lo que está pasando, es demasiado irreal. Sigo una instrucción muy sencilla: me suelto y me sujeto de mi propio arnés. Elijo ver hacia el horizonte y seguir la vieja canción: dejarme caer. No pensé en mi madre, no pensé en nada; sólo observo al cielo, al avión, a mi mismo.

Resulta impensadamente placentero, es un deleite. El hombre de los 12,000 saltos se tira conmigo en la panza, damos una vuelta en el aire, quizá dos. Veo a la avioneta desde fuera, alejarse mientras miro hacia el cielo. Luego nos estabilizamos boca abajo. El viento se agolpa en la cara, te rodea, te grita, se mete en tu nariz. Estoy seguro que no mantuve la posición con la cabeza hacia atrás. Volteo a un lado, al otro, arriba, abajo. Veo el horizonte, la tierra, estoy completamente tranquilo, estoy admirando, estoy en plena contemplación.

Estoy centrado totalmente, consciente desde lo más profundo, pruebo respirar en este ambiente que parece impedirlo. No es así, lo consigo con cierta facilidad. No lo sabré a ciencia cierta, pero podría asegurar que mi corazón late tranquilo, estoy relajado, tanto que no me cuesta soltar el arnés y extender los brazos. Caigo, lo sé, a toda velocidad, pero no hay alarmas prendidas en mi cuerpo. No sé si la adrenalina hace esto, no la advierto. Quizá está, escondida, actuando, pero no la siento. No hay aquí la furia de una batalla, ni la tensión de un momento difícil. Eso es: no hay tensión. Si me preguntaran, más que adrenalina, me siento atascado de dopamina.

Transcurren esos segundos inolvidables. Se abre el paracaídas. El tirón tampoco es desagradable. Estamos ahora en posición vertical, con un ala sobre nuestras cabezas. El aire se ha detenido, el ruido termina, descendemos lentamente. Se puede conversar como en un cafecito. O mejor, no hay ruido.

- ¿Cómo vas?
- ¡Poca madre!  -Respondo eufórico, sincero, satisfecho.
- ¿Quieres dar vueltas?
- ¡Venga!
Estoy pensando que esta cosa ya abrió, ya la voy librando, ya pueden pasar menos cosas. Finalmente es una satisfacción vivir para contarla.

Contemplo las casas, las albercas, una buena cantidad llenas con agua verde del lago, supongo, no se ven muy bien. Me señala un círculo que aún se ve pequeño.
- Ahí tenemos que caer.
- Ok (se ve lejos)
- Toma los controles
Son las cuerdas que dirigen al paracaídas. Con ellas, das vueltas hacia un lado u otro. Inclinas mucho el ala y recuperas velocidad, el viento vuelve, giras a buena velocidad.
- ¿No estás mareado?
- No, dale.

Quieres verlo todo, pasear con tu ala de dragón por el cielo azul de Tequesquitengo, bajo un sol que aún no se siente como allá abajo, duro, quemador. Estás flotando y puedes ver finalmente a otros: por ahí debe ir el resto de la tripulación. Todo bien.
Te vuelves consciente de que no estás flotando cuando te acercas al círculo, que ahora es grande. Tienes una buena velocidad horizontal, más que vertical. Das vueltas a su alrededor, como un zopilote guerrerense. Este compadre sabe lo que hace: llegas al lugar preciso, donde unas tiras de plástico evitan que te manches el trasero.

Me pide alzar los pies y caer sentado. Confío. Aterrizamos como plumas, ni una resbaladilla es tan tranquila. Me alegrará más haber levantado las piernas al ver a otros, a lo largo del día, tratar de correr, sólo para tropezarse y caer de forma no muy agraciada.

El paracaídas está en el suelo y tú increíblemente quieto, apenas puedes creer que tu cuerpo pueda estar tan quieto, después de la forma en que se movió en el espacio. El instructor se desata con facilidad, y comienza a doblar su ala. Le das la mano, te tomas una foto, le agradeces infinitamente.

Caminas hacia el resto del grupo. Te llueven preguntas Mini y Vane toman fotos. Todos quieren saber si la experiencia es desagradable. Les respondes que no, que para nada. Ahora sé que ésta puede no ser una ocasión única en mi vida. Lo puedo volver a hacer y quiero. Quién sabe, ya la vida dirá.

Griselda, de online, me pregunta algo que quizá le viene de muy dentro: ¿Tienes ganas de llorar? Interesante pregunta: no, en realidad, me estoy riendo a carcajadas. La risa siempre me ha sido fácil y llega, como siempre, a terminar de dibujar mi estado actual y permanente. Quiero que mi risa tome al viento y lo cabalgue para viajar muy lejos. 

Es una carcajada de satisfacción, descubrimiento y avance. Estoy completamente en paz.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Quiénes explotan a los restauranteros


La salida de Humberto Benítez Treviño por el chistecito de su hija me da varias cosas, pero también lástima.  Ya hablamos, ya hicimos pancho, ya twitteamos, ya nos comimos a la niña, ya cayó su papá… ahí muere. Hoy escuché a varios locutores ensañarse con el caído y pedir un proceso contra la escuincla. La verdad, bájenle, ya son payasadas. Hay cosas más importantes y dañinas para el país: los gobernadores de Coahuila y Michoacán, por ejemplo, los que pretenden apropiarse de la estructura de Oportunidades, qué tal. ¿Algo más variadito? Los normalistas que tienen secuestradas a personas, autos y camiones en Michoacán. Hay mucho más qué hacer, la verdad, este caso está cerrado.
Lo que sí puedo añadir es que la triste realidad de los restauranteros en el DF es que están a merced de las extorsiones constantes de las autoridades delegacionales, mucho más que de la Profeco, cuyos inspectores se dedicaban tradicionalmente a sacar dinero de los supermercados, como siempre me contaron muchos gerentes de tienda y directores de operaciones.


Restaurantes y bares son la mina de la Delegación, todos los días, por cualquier cosa. Ejemplo: no sé si deba felicitar la bravura y coraje de la Gustavo A. Madero, porque seguramente peleó como fiera por mis derechos… ¿clausurando un Starbucks en Avenida Montevideo? ¿Qué horrible crimen habrá cometido esta cafetería para que las autoridades intervinieran tan valerosamente? No me digan: un extinguidor caduco, un tipo fumando en interiores, un producto que no estaba en la carta, un letrero de evacuación mal puesto, y quince mil razones más para explotar y sacarle dinero a las empresas.

Y todavía hay tipos en la Asamblea de Representantes que quieren cargarle más cosas a estos negocios, como la absurda propuesta de no permitir que te lleves tu botella, no sea que te la vayas a tomar en el camino. Otra vez, el comensal es menor de edad perpetuo, y los dueños de antros, sus papás. Entonces, porqué no, obliguemos a los bares a guardarte la botella con tu nombre, bien sellada y resguardada, para cuando quieras volver a terminártela. ¿Qué tipo de responsabilidad le cargan al dueño de un establecimiento, si el comensal llega una semana después y dice que dejó su botella a la mitad, no un cuartito. ¿Y si dice que le hizo daño porque ya no es whisky etiqueta azul, sino mezcal de garrafa? ¿Bajo qué reglas se puede impedir que un tipo que compró una botella se la lleve a su casa porque no le parece regresar a ese bar en lo que resta del año? ¿Cuánto le costaría al dueño del bar llevar el control y almacén de decenas de botellas? Como la idea idiota de obligar a los bares a tener máquinas de condones, cada nueva regla que sale de la mente brillante de los legisladores se vuelve en un nuevo pretexto para extorsionar.

Conté por lo menos tres restaurantes clausurados en este momento en Lindavista, dos llevan meses y quizá nunca vuelvan a abrir. ¿Sabe quién es el principal enemigo de las pequeñas y medianas empresas? ¿Sabe cuál es la principal barrera de entrada para los negocios de comida y bares en la ciudad de México y muchas más? ¿Sabe quién termina provocando que no exista una competencia sana en este sector? ¿Sabe porqué los negocios de este tipo terminan quedando en muy pocas manos, altamente capitalizadas? No es el clima, ni el financiamiento bancario el que está provocando que los restaurantes sean sólo propiedad de los más ricos: es el gobierno local. Ahí la dejamos.






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Veganos de Vulcano


Lo malo de dejar de escribir tanto tiempo es que se agolpan los temas; se comportan entonces como auténticos automovilistas chilangos: nadie quiere dejar pasar al otro, ni un centímetro. El resultado es media hora de atorón sin sentido, hasta que alguien consiente en echarse para atrás o un siempre listo policía chaleco amarillo se le pone enfrente al más necio. 



O bien, un muchacho de esos BUENA ONDA, que canta en el coro de la iglesia y participa en las brigadas de salvamento los fines de semana, se baja de su Chevy (auto con posicionamiento buena onda) y se pone a dirigir el nudo con muchas sonrisas y su respectivo por favor y gracias. El caso que el primer tema en pasar del nudo vial fue el siguiente retrato:
Había una vez una muchachita que estaba siempre en Facebook, saludando amistades y poniendo lindos mensajes motivacionales e invitaciones a cuidar del planeta. Un día descubrió que para comer carne -¡horror!-, la gente mataba animales, gracias a una colección de fotos truculentas que alguien tuvo a bien seleccionar, buscando los aspectos más asquerosos o los mataderos más crueles para mostrar una cosa tan fea. Como en Facebook sólo hay gente con buenísimos sentimientos y que tiene esta cosa que podríamos bautizar como la “nueva decencia”, ella decidió allí mismo dejar la carne para siempre y se volvió vegana –no vegetariana, porque el huevo sólo se obtiene de la esclavitud forzada de millones de gallinas, por supollo, digo, por supuesto--.



¿Cambió esta dulce niñita su modo de vida de forma callada? Claro que no. Uno siempre sabe quién es vegano en esta vida rara que nos tocó ¡because they’ll fucking tell you! Al parecer el veganismo es una forma de religión, que exige a sus creyentes difundir la palabra, hasta que ya no exista nadie que coma animales en el planeta. Así que no pueden mantener cerrada esa boquita comedora de lechuga.
Inútil es comentarles que, de no haber sido domesticados para ser comidos, no existirían tantos millones de reses, cerdos, corderillos de ojos grandes ni gallinas ponedoras. Probablemente serían tan raros para nosotros como los jabalíes o las cacatúas: habría ejemplares por ahí, pero no muchos. Algunas subespecies y quizá especies enteras, se habrían extinguido o jamás habrían existido. Porque para hacer frente a las necesidades alimentarias de la humanidad, habría que cultivar intensivamente la tierra, con el fin de dotarla de los vegetales, frutas y granos suficientes para mantenernos a todos sanos. No habría pesca, pero sí gigantescas granjas de algas marinas y tal vez hasta plancton.
Los grandes sembradíos de soya, maíz, trigo, arroz, provocarían los mismos problemas ambientales que ya conocemos hoy en día, contaminación, agotamiento del suelo, erosión, desmonte de selvas. Las vacas y puerquitos que quedaran estarían arrinconados en reservas naturales, tanto para protegerlos de los tragones (¿cuánto costaría un kilo de tocino?), como para evitar que se comieran NUESTRAS plantas.
Eso asumiendo que la ecuación diera para todos. Como que el veganismo se da el lujo de cundir entre gente que nunca ha tenido hambre, y que tiene los medios suficientes para suplir adecuadamente sus necesidades de proteína. No he visto una dieta convincente que pueda adaptarse a toda la población a un costo de 30 pesos, una comida corrida, pues. A menos que sea el milenario plato de frijoles con tortillas, que hasta donde sabíamos no era suficiente para estar bien nutrido. Por decirlo de forma descarnada y en lenguaje de luchador social de Atenco: es fácil hacerse el vegano cuando eres riquillo.
Mientras tanto, nuestra dulce niña de Facebook se dedica a difundir las fotos más asquerosas que puede encontrar y argumentazos tan brillantes como que “el Holocausto no terminó, sólo cambió de especie”. Así mero, como si la carne se hubiera descubierto en 1945. De hecho, ¿dónde quedarán para estas personas las hipótesis antropológicas sobre el hecho de que comer animales fue lo que permitió al hombre desarrollar su inteligencia y extenderse por el planeta?



A lo mejor la falta de proteínas ya está provocando algunos daños en la sinapsis.

domingo, 14 de abril de 2013

Parir historias.

Escribir es constancia, pero también es darse un tiempo y lugar. Ajá, ya lo sé. Hoy me senté a parir un cuento y volví a encontrarme con ritos que debo llevar a cabo para poder sentarme a escribir. El café grande y bien cargado, un vaso de agua, música instrumental a todo volumen en mis audífonos, para aislarme del mundo, dejarme sólo con mis tormentos. Afortunadamente el cigarro quedó enterrado en un pasado que no pienso revivir. Es una muleta que dejé a un lado, lo cual más o menos quiere decir que tuve que intensificar las demás. Tomo mucha agua, mucho café. El alcohol lo dejo para tormentas muy especiales.
Necesito tantas muletas porque tengo que enfrentarme a esos monstruos que, espero, todos tenemos en la mente y que no ven con buenos ojos que los definas, les des forma de oración, de frase, de párrafos. Hay algo de cierto miedo a fracasar, a no poder representar lo que pienso exactamente o, peor, no poder escribir nada.
Es absurdo, nunca ha pasado. Las palabras vienen y ya. Se trata, supongo, de un demonio especial que el infierno deposita en el hombro de algunos. Uno que nos ataca para obligarnos a no trascender, a transitar por la vida como animales, reproducirse y morir, reproducirse y morir. Admiro a quienes nunca lo tuvieron, a quienes están dotados de una voluntad o un alma atormentada que supera la inercia.
No importa si tengo que acabarme todo el café y comprar todos los discos de música ambient o lounge del mundo. La fórmula que funcione.
Hoy también tengo que agradecer a quien me mostró varios estilos musicales que funcionan. Al parecer son tan buenos para meditar como para escribir. Sigo aprendiendo.

lunes, 11 de marzo de 2013

Chávez: El que murió a tiempo



Ni modo de no escribir de la muerte de Chávez. Ese funeral multitudinario que le regalaron los venezolanos lo deja en categoría de evento histórico, tanto como la renuncia de Benedicto. ¿Cómo puede un tipo que evidentemente era un dictador, megalómano y algo así como poeta frustrado salirse con la suya de manera tan contundente?

Carisma nivel 1000
Lo obvio de lo obvio, se dirigió siempre a los abundantes pobres de Venezuela, y les arrojó algunos programas sociales interesantes y muchos subsidios dispendiosos como recompensa por su ciega veneración. Esto implica, no lo conozco en detalle, que nadie les había hecho caso antes, lo cual es muy probable para quien recuerde aquel infame Caracazo, en donde las favelas que rodean la capital se levantaron auténticamente, estilo Les Miserables (disculpen la comparación oportunista), y fueron reprimidas con gran violencia, terrible violencia por parte del Ejército. Esto fue en 1989, y preparó el camino para el primer intento de golpe de Estado de Chávez, en 1992.




El otro factor, un carisma nivel 1000 que rodea hasta a los más infames políticos. La mayoría de la gente que se burla y odia a Elba Esther, por ejemplo, no ha tratado nunca con ella en persona. Como lo saben muchos que si lo hicieron, se sorprenderían de cuán bien les puede caer hasta la maestra, si ella se lo propone.
Cuando este superpoder adquiere el grado de adoración de las masas, es muy poco lo que pueden hacer en su contra los demócratas mejor intencionados del planeta, o los economistas más juiciosos, es más, ni los periodistas, ni los intelectuales, ni los medios ni nadie.
Todos quedan de inmediato arrojados al basurero de la impureza doctrinaria, quedan fueras de las altas miras de la nación, se convierten en traidores, como le sucedió a muchos venezolanos, desde dueños de medios hasta el propio doctor que diagnosticó primero el cáncer y se atrevió a dar el pronóstico certero de no más de dos años de vida. Ha de saber el lector que el señor, una eminencia en la materia, reconocido y premiado en su país, tuvo que salir huyendo con todo y familia, debido al atrevimiento de declarar la mortalidad del líder.

Desconfío de un tipo así, por principio, sin importar si viene de la izquierda o de la derecha. La obediencia ciega es de las masas, no de los individuos y a mi gusto siempre está equivocada. No me agradan los seres que despiertan ese tipo de amor, no me gusta ese amor de la gente, me parece la base de las peores historias de los países. De hecho, los latinoamericanos tenemos (o teníamos) ese enorme defecto de enamorarnos de nuestros gobernantes. Por eso creo que lo más sano que no duren más de seis años y que se vayan, porque luego la cosas se empieza a pudrir, como dice The Economist.

Huele feo
Para un buen resumen de lo que sucedió con Chavez en Venezuela, hay que leer este análisis de una revista que nunca ha dejado su vocación internacional. The Economist tiene bien medidito al mundo y a sus líderes. Su editorial habla del legado podrido de Chávez. Explica en sus páginas como el crecimiento de este país se montó en la misma ola de alza en los precios de las materias primas que levantó casi a toda Sudamérica (México no incluido). También describe que la pobreza, en efecto, retrocedió en Venezuela, pero también en Brasil, Colombia, Chile, Perú, que siguieron caminos muy diferentes.
Es verdad. El hombre se murió a tiempo, antes de que su aparente éxito lo lanzara a profundizar su modelo económico, que es altamente ineficaz. También se murió antes de que la realidad económica lo bajara a su dimensión verdadera ante las masas. No lo iban a querer tanto cuando la estabilización en los precios de las materias primas lo dejara desnudito, como el cuento del emperador.




También se murió antes de que las dificultades económicas lo arrojaran a buscar otros chivos expiatorios, como lo hacen estos gobiernos que no se equivocan nunca. Estados Unidos, los judíos (lo dijo, en efecto, buscar en Youtube), las trasnacionales de todo tipo, los españoles, todos son parte de la larga lista de enemigos favoritos del gobierno venezolano, además de todos los nacionales que se atrevían a abrir la boca. La traición a la patria se repartió como pan caliente en el chavismo.
Los exiliados venezolanos lo saben, los que huyeron por motivos políticos y por motivos económicos, muchos de ellos clasemedieros que, como su clase manda, se quedaron a la mitad entre el encono de los pobres y la resistencia de los ricos. Con su característico problema: son menos, sin medios para defenderse (como dinero, digamos) y están desorganizados políticamente. La mayoría se alineó como pudo a lo que queda de la oposición, se acostumbró a salir a las calles, a votar en contra del líder que convirtió el desprecio en mutuo y transformó las diferencias en odio.
Porque esas es la otra cosa que generan este tipo de personas y sus gobiernos: odio. Casi parece un requisito para el amor de las masas el generar a alguien a quien odiar, si se puede, mucho, profundamente, visceralmente. El chavismo sabe odiar. Si no, hay que preguntar a los periodistas colombianos que se atrevieron a cubrir la nota de la muerte del hombre y fueron severamente golpeados por la masa, más o menos por ser de esa nacionalidad y ser de la televisión.

El chavismo va a odiar más
Me temo. En nombre del ahora momificado señor, sus acólitos se van a pelear por quién es mejor en eso de amar a unos y odiar a otros. Y la tentación de culpar a terceros del desastre económico vendrá, tan seguro como el anochecer. No vendrán tiempos fáciles. Estas elecciones las va a ganar el presidente-candidato Maduro y qué bueno, porque a él le va a tocar enfrentar el final del show, el momento de pagar la cuenta de esa cenota de 14 años que Chávez le disparó a su país. Y entonces todo tenderá a ponerse peor, antes de mejorar en Venezuela. Mucha represión, violencia y acaso un conflicto armado son los riesgos para este país, que se quedó huérfano porque una parte de su población quiso creer en un padre.
La democracia que se construya después, si se logra dar, tendrá por supuesto que tomar en cuenta que no hay gobierno que aguante si no se ocupa de su población. Ese sí es un legado de Chávez.

También una crónica de García Márquez, quien relató un acercamiento en 1999, que le permitió humanizar al Chávez que todavía olía a golpe de Estado. http://www.revistaanfibia.com/cronica/el-sol-de-tu-bravura

Una defensa por parte de Flores Olea, que considero insuficientemente fundada, pero ahí está: http://www.jornada.unam.mx/2013/03/11/opinion/024a1pol



La recomendación que haremos costumbre en este blog: Lea antes de abrir la boca.

jueves, 28 de febrero de 2013

La Azotea o Cuento de terror para adultos


“Si supieras lo que yo sé, no podrías dormir nunca”, me espetó Domingo antes de hacer una pausa dramática, dándole unas chupadas a su pipa y dejando ir su voluminoso cuerpo sobre un indefenso sillón alto.
La chimenea encendida completaba el cuadro. El hombre era un fanático de los muebles barrocos y Luis XV, los dos estilos juntos, sin pudor, que abarrotaban una de sus salas –porque tenía varias-; entre un sin fin de “antigüedades”, de ésas que uno se pregunta quién sería capaz de comprar. Su casa entera es una buena explicación de a dónde van a parar todas las figuritas de porcelana que se han fabricado.
Como yo estaba a punto de caer fulminado por el sueño tras dos horas de interminable plática unilateral, le respondí un tanto esperanzado: “Cuéntame, pues, a ver...”
Nada le gusta más a Domingo Gutiérrez, militante de izquierda, zapatista de corazón convertido por la vida en próspero asesor en relaciones gubernamentales para una de las firmas de Relaciones Públicas más importantes de la ciudad, que ser el centro de la atención.



-         -  “No podría decirte todo, ya sabes, el secreto profesional.”
-        -  “Claro, ya sé.”
-         -  “Sería off the record, of course.”
-          - “Ps, ¿dónde viste la grabadora? Estamos chupando tranquilos… por cierto, me voy a servir más de ese güisquito.”

Aproveché para alejar mi asiento, curiosamente más bajito que el sillón de Domingo, del fuego. Era una noche francamente calurosa, pero las llamas eran parte del escenario preferido de mi dilecto excolega, quien se había declarado tan decepcionado del periodismo que se mudó tranquilamente al dark side: el mundillo de los asesores de políticos… no al mundillo de los políticos, sino al de sus asesores, que es cosa diferente. No al lugar donde se toman las decisiones, sino al de los que pintan todos los escenarios posibles, en bonitas carpetas y presentaciones de power point; de cualquier situación, de cualquier cosa.

-         -  ¿Por dónde quieres que empiece?
-        - No sé, la explosión en ese edificio público, que dices que no fue accidente.
-         - ¡Ja, ja, ja! ¿Tú todavía piensas que lo fue? ¿Qué de verdad no tienes fuentes ahí?
-         - ¿Dónde, en la paraestatal, en la Cruz Roja, entre los veladores del edificio, con los archivistas, los investigadores o la gente que iba pasando?
-        -  No sabes lo que guardaban ahí.
-        -  Como no fuera una reserva secreta de petróleo en botellas de Coca Cola, nop.
-        - Archivos, compañero, papeles que ahora están sepultados bajo los escombros o volando por nuestros cielos anaranjados de contaminación.
-         - Esa ya es vieja, Domingo. Dime qué papeles ameritan que revientes una bomba a las cuatro de la tarde por Dios, cuando ya todo se hace electrónicamente. Y si eres dueño del edificio ¿qué no es más fácil robarse los documentos una noche y listo?
-        -  La idea es dar una razón de que ya no existan.
-        - Era archivo muerto Domingo, nadie los iba a auditar nunca más.
-        - ¿Ves cómo no sabes? Ay, mano.
-        - Va, va, entonces quién fue, cuéntame. ¿Los azules para esconderse del partidote o al revés? Porque ya me descartaste a terceros, por lo que veo.
-       -  Mta, todavía crees que ésos no trabajan juntos.
-       -   Son como uno mismo, me imagino. ¿Lo hicieron juntos? Uno mató a la vaca y el otro le detuvo la pata.
-          Ellos tienen que seguir órdenes, como todos.
La conversación ya había logrado despertarme, por lo menos cuando Domingo se ponía conspirativo el esgrima se hacía más divertido. Aún así volví a recargar mi vaso de Chivas 18.
-          Ok, les ordena quién, los gringos, los narcos, la iglesia, la internacional socialista, la ultraderecha, la conspiración judeo-capitalista, la musulmano-petrolera, la nazi-fascista, la groucho-marxista...
-          Yo no dije que ellos soltaran una bomba.
-          De hecho no has dicho nada. O fueron los zetas, pues.
-          ¿Y la explosión sin llamas?
-          Dale, entonces cuéntame si has visto explotar a C4, metano o zutano.
-          ¿Yo? ¿Pues que crees que ando haciendo? Yo nada más recojo información de los que saben.
-          Que supongo no son los peritos de la defensa o los gringos o los de la UNAM que vimos todos.
-          Claro que no, a los buenos ni los ves.
-          Ok, ¿son los mismos del helicopterazo y los del avionazo o los van cambiando?
-          No sé, a ellos los ven mis contactos.
-          Ah vaya, o sea que tu versión no es de primera mano.
-          ¡Claro que lo es, de primerísima!
-          Pero no de los que estuvieron ahí escarbando.
-          Esos nada más le tapan el ojo al macho, si las razones ya la conocen.
-          ¿Antes de investigar?
-          Pues, claro.
-          Se te está apagando la pipa.

El whisky 18 se estaba resbalando como agua, así que me levanté nuevamente, el fuego se había apagado casi, pero ese detalle decidí quedármelo calladito.

-          Bueno, cuéntame pues de Elba Esther… supongo que ya no les convino.
-          Con ella se hizo una típica carambola de tres bandas.
-          A ver, el sindicato, los petroleros y la imagen del Presi.
-          ¡No hombre! El sindicato, Televisa y la industria de bienes raíces.
-          ¿Qué qué? Me vas a salir con lo del complot para privatizar la educación… aunque ¿cómo es que entran Televisa y los bienes raíces? ¿Van a poner teles con el Chavo del 8?
-          Jajajajaja, no seas tonto, nadie habla de privatizar la educación…
-          Ah ok ¿entonces?
-          A ver, ¿quién necesita las escuelas?
-          ¿Los niños, los maestros, nadie, all of the above?
-          ¡Nadie, por supuesto!

Un trueno retumbó en la sala, parecía que habíamos invocado al mismísimo diablo con cara de doña Elba. Dios, pensé, no le sigas el juego a este hombre…



-          O…k… el plan es desaparecer las escuelas para… ¡hacer Oxxos!
-          Más o menos, ¿qué no ves? ¿quién necesita de tantos maestros cuando puedes dar todas las clases de forma interactiva, previa producción de Televisa, por supuesto, con tecnología de Google y todo pasado en banda ancha por Infinitum, por supuesto?
-          Me da gusto que no dejes fuera a don Carlos Slim.
-          …o a quienes están detrás de él…
-          Ah, claro. Entonces, a ver, el gobierno vende las escuelas para hacer centros comerciales y despide a varios millones de maestros… suena sensato.
-          ¿Tú crees que les importa un pepino? Se van a adueñar de ¡todo!

Otro trueno entró justo a tiempo para dar un gran apoyo al gesto teatral de mi amigo, que abrió sus brazos y encerró al mundo con ellos… me refiero a un globo terráqueo con la división política de 1800 que descansa junto a su sillón.

-          Me imagino que si tu sabes todo eso, estarás ahorrando para entrarle al negocio o qué.
-          ¡Claro que no me dejan! Eso es para ellos nada más.
-          Y tú calladito y aconsejándolos… o cómo.
-          Yo me sigo preparando, tu ya sabes.
-          Ah, la azotea.

A punta de ahorros y sacrificios mi amigo excomunista, experiodista logró hace tiempo conquistar un edificio. Comenzó por un departamentito, luego otro. Más tarde optó por adquirir los lugares de estacionamiento a quien se los vendiera, luego la azotea. Su obra parecía terminada cuando compró los tres departamentos restantes, pero apenas comenzaba. Tiro paredes, abrió nuevas escaleras, clausuró pasillos, instaló otro elevador, éste secreto y directo al sótano. Construyó una bodega gigante, una cisterna del tamaño del lago de Texcoco y las llenó. Instaló por supuesto bombas de agua, conectadas a un supuesto manto freático que encontró en el subsuelo, y sendos generadores de energía a gasolina. A punta de mover paredes, confeccionó un laberinto en tres dimensiones, de cinco plantas, unas cinco salas de estar, 10 recámaras de diversos tamaños, baños y cocinas diversos, todo conectado por vía satelital y gruesa fibra óptica con, asegura, los nodos más importantes del país.
La cumbre de su obra está, por supuesto, en la azotea. Un invernadero horizontal y vertical, atiborrado de vegetales, árboles y arbustos frutales, alimentado por modernas técnicas hidropónicas, paneles solares y molinos de viento. Aunque asegura que es por convicción y en contra de la crueldad, uno podría pensar que se volvió vegano por falta de espacio para sostener animales. Por suerte, también va creciendo su provisión de whiskies finos.
Aquí vive Domingo Gutiérrez, su familia directa, hermanos, padres y algunos tíos. Ha pensado en invitar a algunos amigos elegidos, para que puedan sobrevivir a la catástrofe que viene.

-          Cuando ellos se adueñen de todo, y escaseé el agua, la comida, la energía. Aquí podremos aguantar, sobrevivir de forma autónoma, como un presagio de la sociedad ideal que surgirá luego del colapso.
-          ¿Antes o después de los zombies?
-          Síguete burlando, sabes que estás invitado, pero no abuses. Nada más porque te estimo tanto, tienes tu lugar aquí.
-          Si sabes que todo eso va a pasar ¿porqué les ayudas? Eso sí que no lo entiendo.
-          Porque pasará de todas maneras –volvió a encender su pipa--, y yo pienso sobrevivir.
-          Eso último no me parece tan solidario Domingo.
-          Tú sabes que secretamente también estoy apoyando a la revolución.
-          Lo que no me queda claro es si se trata de altermundistas, anarquistas, comunistas, zapatistas, ecologistas de esos que persiguen balleneros o qué.
-          ¡A todos!

Afortunadamente ya no había truenos, aunque seguía lloviendo.

-          ¿No quieres apoyarme a mi? Mira que no he escrito mi libro…
-          Casi no estamos hablando de dinero, sólo les paso información.
-          Guau… los asesoras también.
-          Pero si logramos que todo esto cambie, aún así tendremos que pasar por una etapa muy difícil, mi amigo, ninguna revolución puede ser pacífica.
-          ¿No podrá ser como en Checoslovaquia?
-          ¿Acaso ves las condiciones de ese país en México?
-          Nomás decía. Pero bueno, en todo caso, está tu azotea.
-          ¡Exacto!

Dejó de llover, lo cual tomé como la señal para dejar en paz ese Chivas. Me despedí con afecto de los restos de ese amigo que estoy perdiendo bajo el peso de tanto saber. Al salir, la calle mojada, el tráfico de siempre amainando ya, los restaurantes de la Roma en pleno, me supieron extraordinariamente livianos, ingenuamente felices. Era, sin duda, hora de ir al karaoke.