martes, 12 de febrero de 2013

Melancholia y otras intensidades

Una de las cosas que más me impacto de Melancholia, esa cinta de Lar von Trier sobre el fin del mundo, fue el diálogo en donde Kirsten Dunst declara estar segura no únicamente de que estamos solos, que no hay más vida más allá de la Tierra, sino que además la vida misma es una maldad que está a punto de desaparecer del universo.




Impacta más que el planeta gigante viniéndose encima, llenando todo el horizonte (si no la han visto, sorry por el spoiler). ¿Porqué? Como quiera que sea, un desastre planetario que acabe con nosotros tiene una dimensión (que acabe contigo, dirá el lector), pero pensar que la vida es una anomalía breve y ridícula en un universo que ya se divierte suficiente moviendo planetas y encendiendo y apagando estrellas... eso cala, pues.



Viéndolo bien, si usted fuera una piedra, un yacimiento de hierro o un metro cúbico de helio, ver  conjuntos de moléculas moviéndose por si mismos sin otra razón que la gravedad o la fusión, tal vez le parecería algo digno de una película de horror. Encima, ver a esas moléculas rebeldes formar grupos cada vez más grandes y complejos se le antojaría, por lo menos, amenazante.
Por supuesto, asumiendo que una piedra pudiera tener conciencia, lo cual sería imposible desde el punto de vista de nosotros los seres vivos. De hecho, reclamamos ese derecho para nuestro reino, aunque no queda claro desde qué punto en la evolución podemos decir "yo soy".
El otro punto que me perturba es que la propia protagonista parece disponer de una percepción superior a la normal, que la conecta con todo el universo y la hace saber que estamos solos. Mala noticia: la cosa esa que se llama vida estaba a punto de volver a conectarse con el resto de la materia y la energía, y quizá dar un salto más decoroso que su lento arrastre por el suelo de su planeta de origen, cuando ¡bam! de un soplido se acaban millones de años de esfuerzos. Ni modo, a volver a empezar quizá en otra galaxia, en otro tiempo.
Salir de este planeta, trascenderlo, es mucho más que una afición de Trekkies y fanáticos de la ciencia ficción. Es una angustia que tal vez está alojada en nuestro ADN, una cuestión de supervivencia como especie, porque no hay que pensarle mucho para darse cuenta de que el control natal y la educación no están dando tan buenos resultados. Seguimos creciendo y comiendo y descomiendo y respirando cada vez más. Es la naturaleza y la maldición de la vida: o somos más o empezamos a dejar de ser.
Hasta ahí la parte intensa.



¿Qué tal el rayo en el Vaticano? ¿Qué habrá sido, aprobación o reprobación? ¿O fue una buena foto que quiso dejar para la posteridad Diosito? ¿Cuántos rayos caerán en éste que sería uno de los edificios más altos de la localidad? Nada más que ahora había una cámara de video apuntando, que hizo la diferencia.



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