lunes, 31 de mayo de 2010

Insectos





El camino a la glorieta de San Ildefonso estaba como siempre, tapado de tráfico y de la pestilencia de las alcantarillas abiertas por esa obra que no parecía terminar nunca, la basura de los ambulantes al final del día y la interminable peregrinación de personajes caminando bajo la banqueta, para evadir las cajas y diablitos de los puesteros, dispuestos a dejar su zona conquistada hacia el día siguiente.
Avanzaba lentamente, besando la defensa del de adelante, pegado al freno, recargado en el volante, a medio dormir, con el infame sol de invierno dejando caer los últimos rayos chuecos y fríos encima de la fila de autos.
El sol que quema pero no calienta, el que no se agradece, se despedía con una mueca de la triste ciudad que lo dejaba ir, para ver si las densas sombras y la iluminación artificial le ofrecían un mejor aspecto y un olor a vida activa.
Hacía tiempo que su bocina se había desmayado, por lo que le resultaba inútil pegarle al volante para desquitar su propia ansiedad, su prisa para llegara a nada, a una casa vacía, de muebles, de adornos, de ella… porque ella ya se había ido.
Ella estaba ahora perdida, en la vorágine del monstruo, en otro rincón de la gigantesca mazmorra que llamamos ciudad, entregada quizá a otro, pensando por lo menos en otra cosa, en otra casa, en otro trabajo, en otra vida que no era la de él.
¿Cómo podía? ¿Cómo no le regaló el olvido al momento en que dio el portazo final y se largó para siempre, llevándose consigo todo, hasta su voluntad, sus manos y su ojos.
Ahora esos apéndices de cinco dedos que martillaban el volante no podían llamarse manos, pues no tenían una utilidad humana, más que llevarlo de ida y vuelta al miserable trabajo, y teclear y teclear palabras que no significaban nada, que no tenían vida más que para las 24 horas siguientes.
Ahora, en el frente de su cabeza había dos ventanas vacías, que dejaban entrar sin piedad la luz y las cosas, directo al cerebro, sin atemperarlas, sin apaciguarlas con un punto de vista, sin organizarlas y sin colocarles el velo de una persona en medio.
No había nada ahí. Esos no eran sus ojos, eran unos agujeros primitivos, como los de un insecto, y como tal sólo le servían para acechar a su siguiente presa.
Porque en eso se había convertido: en un depredador. Fue el profundo hastío, las ganas de rebelarse contra una vida sin sentido, la falta de un futuro que acaba creando un presente extendido, infame, malicioso, maloliente.
No hay mañana, como no hay consecuencias ni razones, sólo el indescriptible placer de hacerlas sangrar.
Llegará como siempre a su casa y no hará nada, dormir para luego despertar al mismo presente que no termina, hasta que vuelva a encontrar una presa, justo como ésa que va pasando ahora por debajo de la banqueta, indefensa, desprevenida, débil.
Es el momento, llegó como siempre, en el momento que menos lo esperaba. Orilla su auto, para dejarlo donde sea, en medio de dos colinas de basura, brinca por encima de los pocos puestos que quedan y alcanza a verla dando la vuelta hacia una calle pequeña, oscura ya.
Así ha sucedido siempre. Su víctima parece ayudar en todo momento, lo está buscando, lo desea. Aprieta el paso por entre la tierra y los pedazos de concreto levantados. Se revisa apresurado, en busca de ese cuchillo de caza que vendían por catálogo, y que compró el día que ella se fue.
Está con él, como siempre, en el sucio abrigo que lleva aún en días calurosos. Avanza a saltos, buscando las crecientes sombras y da la vuelta a una callejuela oscura y solitaria. Sólo ella, taconeando en la reducida banqueta, sólo él, acechándola, pisando en silencio con sus zapatos deportivos, lavados frecuentemente, pues la sangre seca es muy difícil de eliminar.
Se acerca, a la par que una tormenta de bocinazos anuncia que el tránsito se ha detenido indefinidamente, hasta nuevo aviso. La oscuridad alarga sus brazos se extiende y se despereza para una nueva noche, envolviéndolo todo en su abrazo protector.
Nadie a la vista, de las pocas ventanas que miran esta triste calle no hay quien tenga ánimos de asomarse, a ver la siguiente pared de ladrillos y a la dos figuras que se van acercando poco a poco, en medio del ruido.
Está a unos pasos de ella, aprieta los dientes, el paso, el puño, el cuchillo de caza, la mirada y el instinto.
Salta, estira una mano que la atenaza por el hombro, le da la vuelta en busca del pecho dónde hundir el cuchillo, en busca de la sangre que desea liberar, del último aliento directo en sus labios.
Una tenaza toma su mano en correspondencia, peluda, negra, con pequeñas púas erizadas, cortándolo, la muñeca está cediendo rota, pero no queda cercenada. Otras dos tenazas aprisionan su cuello, cortan.
Su hueca mirada sólo alcanza a observar cuatro pares de ojos, ventanas sin vida, abiertas, inexpresivas, que abren paso sólo a la luz, directo al cerebro, para advertir la proximidad de una presa.
Es él... la presa. Lo comprende tan pronto una infecta trompa se inserta en su boca, asciende por su cabeza, succiona sangre, ojos, músculo, chupa su interior y lo paraliza, apenas puede respirar y un fragmento de conciencia ya no tiene tiempo siquiera de horrorizarse, antes de que su cerebro ceda a la presión negativa y emprenda el camino hacia un ávido vientre, lleno de huevecillos.
Encerrado en ese tubo negro, percibe para siempre la cancelación del futuro, el fin del pasado, y al cabo, del presente perpetuo, que ya no es más.
Ella estará en otro rincón de la pestilente urbe, ella ya no piensa más en él, se ha ido, y el también.
La mano no ha soltado el cuchillo.

Beltrones

No señor Beltrones, el mercado interno no se va a reactivar porque usted lo diga, sugiera, mande, adivine.
El mercado interno se está levantando por consecuencias propias de sí mismo, en materia de recuperación del empleo, estabilidad financiera, avance de la confianza del consumidor, etc.
El gobierno de Calderón hizo lo que debía hacer: No se puso a "reactivar" el mercado interno gastando de más... invirtió lo que pudo, con responsabilidad y esperó a que las condiciones mejoraran. Por ello hoy México no vive lo que Grecia o España.
No señor Beltrones, el esfuerzo mediático que está haciendo para aprovechar los problemas de Peña Nieto no lo van a dejar como fórmula de unidad priísta.
Usted ha jugado demasiado tiempo al backsit driver, como dicen los gringos. Ha sido demasiado tiempo un espectador, como para ahora ser protagonista. Ni le busque, si va a jugar, apoye a otros, no trate de ponerse. Rembember Madrazo, ni toda la grilla del mundo lo puso en la presidencia. Es demasiado tarde para usted.