“Si supieras lo que yo sé, no podrías dormir nunca”, me
espetó Domingo antes de hacer una pausa dramática, dándole unas chupadas a su
pipa y dejando ir su voluminoso cuerpo sobre un indefenso sillón alto.
La chimenea encendida completaba el cuadro. El hombre era un
fanático de los muebles barrocos y Luis XV, los dos estilos juntos, sin pudor, que
abarrotaban una de sus salas –porque tenía varias-; entre un sin fin de
“antigüedades”, de ésas que uno se pregunta quién sería capaz de comprar. Su
casa entera es una buena explicación de a dónde van a parar todas las figuritas
de porcelana que se han fabricado.
Como yo estaba a punto de caer fulminado por el sueño tras
dos horas de interminable plática unilateral, le respondí un tanto esperanzado:
“Cuéntame, pues, a ver...”
Nada le gusta más a Domingo Gutiérrez, militante de
izquierda, zapatista de corazón convertido por la vida en próspero asesor en
relaciones gubernamentales para una de las firmas de Relaciones Públicas más
importantes de la ciudad, que ser el centro de la atención.
- - “No podría decirte todo, ya sabes, el secreto
profesional.”
- - “Claro, ya sé.”
- - “Sería
off the record, of course.”
- - “Ps, ¿dónde viste la grabadora? Estamos chupando
tranquilos… por cierto, me voy a servir más de ese güisquito.”
Aproveché para alejar mi asiento, curiosamente más bajito
que el sillón de Domingo, del fuego. Era una noche francamente calurosa, pero
las llamas eran parte del escenario preferido de mi dilecto excolega, quien se
había declarado tan decepcionado del periodismo que se mudó tranquilamente al dark side: el mundillo de los asesores
de políticos… no al mundillo de los políticos, sino al de sus asesores, que es
cosa diferente. No al lugar donde se toman las decisiones, sino al de los que
pintan todos los escenarios posibles, en bonitas carpetas y presentaciones de
power point; de cualquier situación, de cualquier cosa.
- - ¿Por dónde quieres que empiece?
- - No sé, la explosión en ese edificio público, que
dices que no fue accidente.
- - ¡Ja, ja, ja! ¿Tú todavía piensas que lo fue?
¿Qué de verdad no tienes fuentes ahí?
- - ¿Dónde, en la paraestatal, en la Cruz Roja,
entre los veladores del edificio, con los archivistas, los investigadores o la
gente que iba pasando?
- - No sabes lo que guardaban ahí.
- - Como no fuera una reserva secreta de petróleo en
botellas de Coca Cola, nop.
- - Archivos, compañero, papeles que ahora están
sepultados bajo los escombros o volando por nuestros cielos anaranjados de
contaminación.
- - Esa ya es vieja, Domingo. Dime qué papeles
ameritan que revientes una bomba a las cuatro de la tarde por Dios, cuando ya
todo se hace electrónicamente. Y si eres dueño del edificio ¿qué no es más
fácil robarse los documentos una noche y listo?
- - La idea es dar una razón de que ya no existan.
- - Era archivo muerto Domingo, nadie los iba a
auditar nunca más.
- - ¿Ves cómo no sabes? Ay, mano.
- - Va, va, entonces quién fue, cuéntame. ¿Los
azules para esconderse del partidote o al revés? Porque ya me descartaste a
terceros, por lo que veo.
- - Mta, todavía crees que ésos no trabajan juntos.
- - Son como uno mismo, me imagino. ¿Lo hicieron
juntos? Uno mató a la vaca y el otro le detuvo la pata.
-
Ellos tienen que seguir órdenes, como todos.
La conversación ya había logrado
despertarme, por lo menos cuando Domingo se ponía conspirativo el esgrima se
hacía más divertido. Aún así volví a recargar mi vaso de Chivas 18.
-
Ok, les ordena quién, los gringos, los narcos,
la iglesia, la internacional socialista, la ultraderecha, la conspiración
judeo-capitalista, la musulmano-petrolera, la nazi-fascista, la
groucho-marxista...
-
Yo no dije que ellos soltaran una bomba.
-
De hecho no has dicho nada. O fueron los zetas,
pues.
-
¿Y la explosión sin llamas?
-
Dale, entonces cuéntame si has visto explotar a
C4, metano o zutano.
-
¿Yo? ¿Pues que crees que ando haciendo? Yo nada
más recojo información de los que saben.
-
Que supongo no son los peritos de la defensa o
los gringos o los de la UNAM que vimos todos.
-
Claro que no, a los buenos ni los ves.
-
Ok, ¿son los mismos del helicopterazo y los del
avionazo o los van cambiando?
-
No sé, a ellos los ven mis contactos.
-
Ah vaya, o sea que tu versión no es de primera
mano.
-
¡Claro que lo es, de primerísima!
-
Pero no de los que estuvieron ahí escarbando.
-
Esos nada más le tapan el ojo al macho, si las
razones ya la conocen.
-
¿Antes de investigar?
-
Pues, claro.
-
Se te está apagando la pipa.
El whisky 18 se estaba resbalando como agua, así que me
levanté nuevamente, el fuego se había apagado casi, pero ese detalle decidí
quedármelo calladito.
-
Bueno, cuéntame pues de Elba Esther… supongo que
ya no les convino.
-
Con ella se hizo una típica carambola de tres
bandas.
-
A ver, el sindicato, los petroleros y la imagen
del Presi.
-
¡No hombre! El sindicato, Televisa y la
industria de bienes raíces.
-
¿Qué qué? Me vas a salir con lo del complot para
privatizar la educación… aunque ¿cómo es que entran Televisa y los bienes
raíces? ¿Van a poner teles con el Chavo del 8?
-
Jajajajaja, no seas tonto, nadie habla de
privatizar la educación…
-
Ah ok ¿entonces?
-
A ver, ¿quién necesita las escuelas?
-
¿Los niños, los maestros, nadie, all of the
above?
-
¡Nadie, por supuesto!
Un trueno retumbó en la sala, parecía que habíamos invocado
al mismísimo diablo con cara de doña Elba. Dios, pensé, no le sigas el juego a
este hombre…
-
O…k… el plan es desaparecer las escuelas para…
¡hacer Oxxos!
-
Más o menos, ¿qué no ves? ¿quién necesita de
tantos maestros cuando puedes dar todas las clases de forma interactiva, previa
producción de Televisa, por supuesto, con tecnología de Google y todo pasado en
banda ancha por Infinitum, por supuesto?
-
Me da gusto que no dejes fuera a don Carlos
Slim.
-
…o a quienes están detrás de él…
-
Ah, claro. Entonces, a ver, el gobierno vende
las escuelas para hacer centros comerciales y despide a varios millones de
maestros… suena sensato.
-
¿Tú crees que les importa un pepino? Se van a
adueñar de ¡todo!
Otro trueno entró justo a tiempo para dar un gran apoyo al
gesto teatral de mi amigo, que abrió sus brazos y encerró al mundo con ellos…
me refiero a un globo terráqueo con la división política de 1800 que descansa
junto a su sillón.
-
Me imagino que si tu sabes todo eso, estarás
ahorrando para entrarle al negocio o qué.
-
¡Claro que no me dejan! Eso es para ellos nada
más.
-
Y tú calladito y aconsejándolos… o cómo.
-
Yo me sigo preparando, tu ya sabes.
-
Ah, la azotea.
A punta de ahorros y sacrificios mi amigo excomunista,
experiodista logró hace tiempo conquistar un edificio. Comenzó por un
departamentito, luego otro. Más tarde optó por adquirir los lugares de
estacionamiento a quien se los vendiera, luego la azotea. Su obra parecía
terminada cuando compró los tres departamentos restantes, pero apenas
comenzaba. Tiro paredes, abrió nuevas escaleras, clausuró pasillos, instaló
otro elevador, éste secreto y directo al sótano. Construyó una bodega gigante,
una cisterna del tamaño del lago de Texcoco y las llenó. Instaló por supuesto
bombas de agua, conectadas a un supuesto manto freático que encontró en el
subsuelo, y sendos generadores de energía a gasolina. A punta de mover paredes,
confeccionó un laberinto en tres dimensiones, de cinco plantas, unas cinco
salas de estar, 10 recámaras de diversos tamaños, baños y cocinas diversos,
todo conectado por vía satelital y gruesa fibra óptica con, asegura, los nodos
más importantes del país.
La cumbre de su obra está, por supuesto, en la azotea. Un
invernadero horizontal y vertical, atiborrado de vegetales, árboles y arbustos
frutales, alimentado por modernas técnicas hidropónicas, paneles solares y
molinos de viento. Aunque asegura que es por convicción y en contra de la
crueldad, uno podría pensar que se volvió vegano por falta de espacio para
sostener animales. Por suerte, también va creciendo su provisión de whiskies
finos.
Aquí vive Domingo Gutiérrez, su familia directa, hermanos,
padres y algunos tíos. Ha pensado en invitar a algunos amigos elegidos, para
que puedan sobrevivir a la catástrofe que viene.
-
Cuando ellos se adueñen de todo, y escaseé el
agua, la comida, la energía. Aquí podremos aguantar, sobrevivir de forma
autónoma, como un presagio de la sociedad ideal que surgirá luego del colapso.
-
¿Antes o después de los zombies?
-
Síguete burlando, sabes que estás invitado, pero
no abuses. Nada más porque te estimo tanto, tienes tu lugar aquí.
-
Si sabes que todo eso va a pasar ¿porqué les
ayudas? Eso sí que no lo entiendo.
-
Porque pasará de todas maneras –volvió a
encender su pipa--, y yo pienso sobrevivir.
-
Eso último no me parece tan solidario Domingo.
-
Tú sabes que secretamente también estoy apoyando
a la revolución.
-
Lo que no me queda claro es si se trata de
altermundistas, anarquistas, comunistas, zapatistas, ecologistas de esos que
persiguen balleneros o qué.
-
¡A todos!
Afortunadamente ya no había truenos, aunque seguía
lloviendo.
-
¿No quieres apoyarme a mi? Mira que no he
escrito mi libro…
-
Casi no estamos hablando de dinero, sólo les
paso información.
-
Guau… los asesoras también.
-
Pero si logramos que todo esto cambie, aún así
tendremos que pasar por una etapa muy difícil, mi amigo, ninguna revolución
puede ser pacífica.
-
¿No podrá ser como en Checoslovaquia?
-
¿Acaso ves las condiciones de ese país en
México?
-
Nomás decía. Pero bueno, en todo caso, está tu
azotea.
-
¡Exacto!
Dejó de llover, lo cual tomé como la señal para dejar en paz
ese Chivas. Me despedí con afecto de los restos de ese amigo que estoy
perdiendo bajo el peso de tanto saber. Al salir, la calle mojada, el tráfico de
siempre amainando ya, los restaurantes de la Roma en pleno, me supieron
extraordinariamente livianos, ingenuamente felices. Era, sin duda, hora de ir
al karaoke.